Bajo el suelo de Manhattan
¿Conoces la peculiar historia de cómo los escombros a los que los bombardeos nazis redujeron la ciudad de Bristol acabaron convirtiéndose en el suelo de gran parte de Manhattan?
Bristol fue una de las ciudades más castigadas por la aviación alemana durante la Segunda Guerra Mundial debido a que su puerto era el principal punto de comunicación marítima con los Estados Unidos. En él atracaban la mayor parte de los cargueros norteamericanos que traían armas y productos de primera necesidad al Reino Unido.
Las mercancías que transportan los cargueros funcionan como el lastre necesario para que estos barcos tuvieran estabilidad. Ya que el Reino Unido estaba dedicado por completo a la industria bélica y no había ningún tipo de producto que exportar, los mercantes se veían obligados a buscar algo que les sirviese como lastre en su viaje de regreso a Estados Unidos.
¿Qué sobra más en un país en guerra y en una ciudad como Bristol, continuamente bombardeada, que escombros?. Pues esa fue la solución a este problema: emplear las inmensas toneladas de escombros de los edificios de la ciudad tras los bombardeos alemanes.
Los cargueros atravesaban el océano con las bodegas llenas de piedras y escombros y una vez que los barcos llegaban al puerto de Nueva York había que deshacerse de la carga. Las autoridades neoyorquinas decidieron emplear todos estos escombros como tierra de saneamiento para la construcción de nuevas zonas residenciales en Manhattan. Así, estos escombros fueron vertidos en la orilla de East River, entre las calles 23 y 34, lo que ahora conforma la Franklin D. Roosevelt Drive.
En 1942, la ciudad de Nueva York erigió un monumento que recordaba el origen de las piedras utilizadas para construir esa zona de la ciudad, que desde entonces es conocida como La Cuenca de Bristol. Por cierto, también dedicaron una placa en recuerdo de los caídos y de todos los que ayudaron en la lucha contra los alemanes. Y como no podía ser de otra manera, esta placa fue descubierta por un nativo de Bristol cuya familia sufrió en propias carnes los tremendos bombardeos: Cary Grant.
Ya ves, una ciudad puede tener parte de su historia arquitectónica a más de 5.000 km de distancia.